Filosofía

Buscamos, como tantas otras personas, acercarnos a la pedagogía a través de la compresión de nostras mismas, de las maneras con que accedemos al conocimiento y de la forma en que aprendemos e interpretamos, motivados únicamente por poner en práctica aquello en lo que creemos. No contemplamos respuestas cerradas ni propuestas completas y entendemos que ante cada situación surgen múltiples posibilidades a menudo contradictorias. Nos sentimos más cómodas en la duda y la discusión para encarar los conflictos que parapetados en nuestras seguridades.

¿Dónde acaba la escuela? Entendemos que la cotidianidad y la vida en comunidad son fundamentales para establecer relaciones horizontales o, al menos, conscientes de sus propias jerarquías, procurando una atmósfera de comprensión y confianza que permita intercambiar conocimientos, problemas e inquietudes, atendiendo a las necesidades y deseos de cada una. Situamos en el centro los cuidados, afectos y el apoyo mutuo como guía para construir un ambiente que sirva de impulso, y no lastre, para el proceso de aprendizaje.

Nos resulta, por tanto, difícil establecer límites espacio-temporales. La escuela no es un edificio. Fuera, se está aprendiendo constantemente. Incluso el papel de profesoras y alumnas queda también difuminado, puesto que todas aprendemos de todas, de adultas, de niñas, de ancianas y, de alguna manera, la escuela sucede en todo momento.

Ponemos las artes, olvidadas en los sistemas normalizados, y los juegos, en la casilla de salida para acceder al conocimiento y desarrollar inquietudes espontáneamente a través de la música, la literatura, la pintura o el cine. No aspiramos tanto a un «qué», sino a un «cómo» en movimiento constante, apuntando más a la actividad en sí misma que a la moraleja final.