Espacios jerarquizados

La configuración de un espacio nunca es neutra. De sus dimensiones a la colocación del mobiliario, pasando por la propiedad o el tipo de actividad que en él se desarrolla, lo habitual es que se den unas jerarquías que determinan la relación entre las personas que lo utilizan y, por ende, todo lo que allí sucede. Las respuestas y comportamientos de las habitantes de un espacio estarán siempre sujetas a la posición que cada persona ocupe en él en función de la jerarquía establecida por la configuración del mismo. Pese a que, a priori, podamos pensar que en determinados espacios todas tienen «igualdad de derechos», en la práctica no sucede exactamente así. El mero hecho de que algunas personas hagan un uso de él más frecuente ya les confiere invisiblemente una cierta autoridad sobre el mismo porque, de alguna manera, seguramente hayan ya establecido norma de práctica o convivencia.

En el espacio de nuestra casa, por ejemplo, si bien tratamos de dar participación y libertad a niñas y adultas, siempre nos sentimos en una posición de cierto control. Hay responsabilidades materiales y sociales que, por la propia configuración del espacio, recaen inevitablemente sobre nosotras determinando cómo nos relacionamos con las visitantes. La jerarquía intrínseca al espacio hace que, sobre todo con respecto a las niñas, de forma inconsciente adoptemos una posición supervisora y controladora que no buscamos ni pretendemos. De hecho, en general, nos gustaría dar más libertad de exploración que la que el propio espacio nos permite. La imposición de esta misma jerarquía también provoca ciertos comportamientos en las propias criaturas y cada una responde de forma diferente ante ella: algunas la aceptan y se adaptan, otras espontáneamente adoptan una actitud más provocadora, etc. Un aspecto interesante es que aquéllas que frecuentan más el espacio, con el tiempo, van ocupando un lugar propio, se reformulan las normas de convivencia y esto les otorga cierto grado de poder con respecto a aquellas que vienen menos, al sentirse más dueñas del espacio. Incluso, en nuestra ausencia, llegan a asumir la responsabilidad del mismo y pueden llegar a censurar conductas de sus compañeras que, entienden, violan esas normas de convivencia que de manera espontánea van estableciéndose.

Por alguna razón el formato del paseo libre se utilizaba ya desde la Antigüedad. El cambio de actitud, tanto en las niñas como en nosotras mimas, se hace patente desde el mismo momento en que cruzamos el umbral de la puerta. Cambia el espacio, cambia la jerarquía, cambia la relación entre nosotras, y cambian los comportamientos. Pasamos de un espacio que podríamos llamar «de control» como es nuestra casa, a un espacio que podríamos llamar «libre». Las conversaciones se vuelven más espontáneas, en todas las direcciones, las niñas sienten que las adultas deja de lado su papel supervisor para ser -en apariencia- una más. Aunque, en cierto modo, siguen siendo quienes marca el ritmo. Porque aunque nadie está obligado en modo alguno a acompañarnos, un punto interesante de estos paseos es que a las criaturas realmente les apetece pasear con nosotras, nos lo piden, y este hecho sí nos hace llevar una especie de volante en el recorrido y provoca que nuestras opiniones o decisiones durante el paseo valgan más que las de otras personas de la comitiva.

Quisiéramos tomar la horizontalidad y la ausencia de jerarquía en los espacios como una especie de brújula, a sabiendas de su práctica imposibilidad, con el objetivo de que los comportamientos y actitudes se desarrollen lo más libremente posible, tratando de evitar que sea esa jerarquía invisible intrínseca a la configuración de un espacio la que se erija como un factor tan determinante en el comportamiento.

Es probable que no exista un espacio absolutamente desjerarquizado. Este tipo de análisis sobre las desigualdades en las relaciones en términos de poder asociadas a los espacios en que trabajamos, nos ayudan a comprender nuestra propia manera de proceder, en tanto que reproducimos dinámicas que queremos subvertir, y nos incita a pensar en otras formas de actuación.

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