La norma general es que la expresión artística en terrenos como el plástico o el musical ocupe un papel bastante residual en los sistemas educativos occidentales y, además, rara vez se comunica con el resto de artes como pudieran ser la ciencia o la matemática. A fin de cuentas, ¿para qué «sirve» la música o la pintura? En el mejor de los casos, se potencia su uso como vehículo para mejorar las cualidades de otras artes más valoradas o «útiles», en el peor quedan relegadas a una mera afición interesante.
Sin embargo olvidamos que el arte es, ante todo, una forma de conocer. Codificamos en base a un «lenguaje» que nos es común, interpretamos la información que nos es dada y reproducimos ¿libremente? una nueva información que, de nuevo, será codificada, interpretada y re-producida. Improvisar una melodía no dista tanto de inventar un cuadro, escribir una poesía o buscar la solución a un problema científico o matemático. No es casual que los grandes artistas que para nosotros, hoy, sentaron las bases de nuestra forma de pensar y entender el mundo, de Leonardo da Vinci a Newton, fueran increíblemente multidisciplinares. A fin de cuentas no es tan diferente la forma en que Stephen Hawking habla de la plasticidad del espacio, a como Miles Davis describe los límites de la libertad creativa. Casi parecieran hablar de lo mismo. Igualmente las referencias en la Antigüedad a la importancia del arte en el conocimiento son una constante. Es decir, parece legítima la duda sobre si hemos descuidado la expresión artística y su importancia para comprendernos a nosotras mismas en tanto que personas.
Dejar a un lado la «utilidad» del conocimiento o la «utilidad» del arte, puede ser muy útil valga la contradicción. ¿Cómo nos acercamos al conocimiento? ¿Cómo nos acercamos al arte? ¿Cómo nos acercamos a nosotras mismas?
Durante el s.XX, con la sobre-estandarización del conocimiento reglado, proliferó un sistema que entendió que la teoría era una condición sine qua non para la aplicación práctica de una destreza. Pero estaremos de acuerdo que «en teoría, la teoría y la práctica son lo mismo aunque en la práctica, no». Estamos sentadas en el suelo, sin saber levantarnos ni caminar, y nos dan un montón de libros tales como «Introducción al levantamiento», «Historia del levantamiento», «Teoría del caminar», «La velocidad en carrera desde la Prehistoria hasta Usain Bolt»… y se espera que tras estas lecturas seamos capaces de levantarnos de un salto y echar a correr. Seguramente en todos esos libros encontraremos una información valiosísima que en algún momento nos ayudará a comprender nuestra forma de caminar o correr, pero nos llevarán por un camino largo y frustrante si los tomamos como motor de arranque cuando todavía estamos sentadas en el suelo sin saber levantarnos. Además, y muy importante, tomar la teoría por la teoría como brújula puede dificultar, ralentizar o, incluso, eliminar el desarrollo de nuestra propia expresión ¿personalidad? a través de un canal artístico.
La teoría no es más que información codificada con la que aumentar nuestras posibilidades, una vez interpretada. Pero antes hemos de saber interpretar, hemos de ir conociéndonos a nosotras mismas, construyéndonos, y no hay otra forma de hacerlo que no sea desde nuestro «espíritu» a través de la experimentación. La experimentación autónoma es un aspecto clave del conocimiento que adquiere un carácter muy secundario en los sistemas educativos reglados y que, muchas veces, todas olvidamos. Olvidamos permitirnos el fallo, asumirlo como un paso más del aprendizaje y entender el avance como una sucesión de errores sistemáticos. Es más, en última instancia, no existe tal cosa como fallo. Olvidamos que el camino es ya la meta desde el primer momento. Nos escudamos en una supuesta eficacia en el aprendizaje dando respuestas cerradas, simplificadas y terminadas que son aprendidas en sí mismas, sin dar pie al error de la experimentación, pero en realidad ese pragmatismo eficaz no es más que una mera disculpa para no enfrentarse a la dificultad de atender a los procesos de cada una. Esta sistematización ortopédica no facilita necesariamente el aprendizaje, se estandariza para resolver en clave cuantitativa unos mínimos, pero como mínimos que son, se quedan cortos, además es apisonador, impide otras visiones, niega otras maneras de conocer, percibir o relacionar conceptos, no permite traspasar la barrera de la literalidad de las cosas, de los análisis superficiales, nos encadena a planteamientos cutres.
Es el equivalente a un monocultivo de patatas, que de cara a suplir a la población con muchos hidratos de carbono puede ser efectivo para no morirse, pero si lo que queremos es alimentarnos bien o tener una producción resiliente, tendremos que poner también algún repollo, guisantes, calabacín, etc.

Entendemos las artes, pues, como vehículos para otras formas de conocer. En palabras de Alan Moore, el arte es lo que queda de la magia más antigua, es la práctica de manipular símbolos y conceptos para transformar la realidad y a nosotras mismas. Evidentemente también la ciencia, lo racional o lo cartesiano es arte. Un arte que apela a otros mecanismos mentales, pero no el único válido o el más indicado para conocer lo que nos rodea, simplemente otro más, muy apasionante, pero sólo es otro más de tantos.
De ahí que consideremos prioritario y fundamental el desarrollo de la expresión artística, con especial énfasis en la experimentación autónoma, como método para el conocimiento interno y externo de cada una. Más que nada por lo atronador de su ausencia en la cuestión educativa, por el desbalance que hay…y porque es sano comer variado.